Soy periodista. Eso, creo, significa acercar historias a la gente.
Si las de este blog te gustan, te invito a conocer la gran historia que he contado
: La mirada. Un viaje al corazón marroquí.

23 ago 2016

El sombrero eterno

     Dos manos de dedos estilizados colocaron con delicadeza el sombrero de paja en el mostrador. El sol del verano lo golpeaba a través del cristal de la ventana. En el paseo marítimo, un niño detuvo su caminar y elevó los talones tratando de lograr que su mirada alcanzase al sombrero, verlo de frente y de cerca. Rápidamente giró la cabeza hacia la derecha. Una mujer y un hombre, ambos de mediana edad, miraban al crío cogidos de la mano. El adulto despegó los dedos de los de su pareja para llevarlos hasta el sombrero de paja que llevaba sobre su cabellera rizada, hizo descender ligeramente el ala de este mientras guiñaba un ojo al niño. El pequeño apoyó nuevamente las plantas de sus pies sobre el empedrado. No se movió, pero sí desvió las pupilas hacia su madre: ella, sonriente, negó con la cabeza lentamente, giró la muñeca de su mano para colocar la palma en paralelo al suelo y marcarle la estatura; luego señaló con el índice un puesto de helados cercano. El chiquillo corrió hacia el mostrador que, a la altura de sus ojos, le ofrecía un arcoíris de sabores.

     No había vivido más de treinta primaveras la chica que caminaba mirando la pantalla de su teléfono mientras, a su lado, un chico la miraba con ternura. Anduvieron a la espalda del niño, quien seguía contemplando las montañas de helado. Al llegar a la altura del mostrador, el joven se detuvo a examinar el sombrero de paja. Ella continuaba su caminar, él la siguió con la mirada: su rostro se entristeció súbitamente, miró nuevamente el sombrero y reanudó sus pasos tras los de ella.

     Una pareja de ancianos transitaba en dirección opuesta a la de los jóvenes, con los que se cruzaron. Al llegar a la altura del escaparate, el hombre se detuvo y ella también. Él dejó la nevera de plástico sobre el suelo, tomó bocanadas de aire con cierta dificultad y se secó el sudor de la frente con la mano. Ella se acercó a él, le pasó sus dedos arrugados por la nariz con suavidad para luego atusar el flequillo canoso. Fue entonces cuando ella vio el sombrero de paja al otro lado del cristal, le besó en la mejilla y le hizo con la mano un gesto de espera. Caminó hasta introducirse en la tienda y coger el sombrero con sus manos. El hombre la observaba desde la calle: ella acarició el sombrero embelesada, sonrió y, sin levantar la vista, se giró para pagar a la dependienta y salir por la puerta. Alcanzó lentamente la posición de él, alzó los talones y le colocó el sombrero sobre la cabeza. Dio dos pasos hacia atrás para contemplarle.
     —Guapo. Me volviste a enamorar —susurró ella.
     —Te quiero —le contestó él acariciándose el ala del sombrero de paja—. Más que ayer.