“Prosperidad”, susurró mientras su mirada desahuciada observaba el letrero de la estación. Las puertas se cerraron; él no se giró. Tras el cristal, el túnel mostró tenebrosidad. De repente, luz: las puertas no se abrieron; él no se giró. El trayecto continuó según su trazo, con el ruido propio de la velocidad ensordeciendo sus pensamientos. Luces y sombras, minutero y segundero vital, se sucedían.
“Se le ha caído”, informó una cálida voz femenina a su
espalda ofreciéndole su propio currículum. Silencio tenue por respuesta.
“Esperanza. Yo me bajo aquí”, anunció ella después. Ambos cruzaron el umbral.
Él ya sonreía.
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