- Con cuidado para que no se les caigan los alfileres.
- Tranquila, mamá,
ellos nunca pierden la sonrisa.
Inmediatamente, resopló, apuró café y
cigarrillo y se levantó. Entró con paso sereno en el salón. Allí estaban él y
ella, abrazados por el Alzheimer.
- Pero este trabajo
es en el extranjero. Me voy a vivir allí –concluyó la joven.
Las miradas se entristecieron.
- Sonreíd… –alentó
poco después-. Pensad que si no os hubieseis exiliado en México, no os habríais
conocido. ¿Os acordáis de México?
Lentamente, ambos giraron sus cuellos;
conectaron sus pupilas; rozaron sus manos. Retomaron sus sonrisas.
microrrelato precioso, pone la piel de gallina
ResponderEliminarGracias, Blacky. No sé muy bien cómo habrás llegado a este blog, pero bienvenid@.
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